Enfermedades
crónicas

Enfermedades crónicas

Apoyo psicológico en patologías digestivas y otras enfermedades crónicas

Vivir con una enfermedad crónica es como caminar con una piedra en el zapato. En función de una mejora o empeoramiento de los síntomas esta piedra será muy grande y nos dolerá mucho al andar, o será más pequeña, generándonos molestia. Pero aun en el último caso, el hecho de tener esta molestia constante de la que no puedes librarte, ya genera malestar por sí mismo. Convivir con una enfermedad crónica no es solo la parte física, tiene también consecuencias a nivel psicológico. Porque el tener que convivir con el dolor, demás síntomas, o el hecho de tener que cambiar hábitos o renunciar a cosas que antes nos gustaban, deja una huella a nivel emocional a la que muchas veces no se le da la importancia que debería. Lidiar con la incomprensión de otras personas también puede ser uno de los grandes retos. Que crean que exageras tus síntomas o tu dolor, que no es para tanto o incluso que te provocas la enfermedad por no saber gestionarte a nivel psicológico, son algunos ejemplos de formas de invalidar tu sufrimiento como persona con una enfermedad crónica, haciendo mucho más cuesta arriba el camino de aprender a convivir con ella.

Apoyo psicológico en patologías digestivas y otras enfermedades crónicas

Vivir con una enfermedad crónica es como caminar con una piedra en el zapato. En función de una mejora o empeoramiento de los síntomas esta piedra será muy grande y nos dolerá mucho al andar, o será más pequeña, generándonos molestia. Pero aun en el último caso, el hecho de tener esta molestia constante de la que no puedes librarte, ya genera malestar por sí mismo. Convivir con una enfermedad crónica no es solo la parte física, tiene también consecuencias a nivel psicológico. Porque el tener que convivir con el dolor, demás síntomas, o el hecho de tener que cambiar hábitos o renunciar a cosas que antes nos gustaban, deja una huella a nivel emocional a la que muchas veces no se le da la importancia que debería. 

¿En qué me puede ayudar la terapia psicológica?

Está claro que convivir con una enfermedad crónica, sea del tipo que sea, no es nada fácil, y como hemos visto, las consecuencias derivadas van mucho más allá del plano físico. Por eso, puede que a veces te sientas desbordada y necesites ayuda, y eso no quiere decir que no lo lleves lo mejor que puedes ni que seas débil. Somos personas, y todas en algún momento necesitamos que nos echen una mano. La terapia psicológica puede ayudarte desde varios frentes. Además de validar tu sufrimiento y aprender a hacerte oír por los demás, podemos trabajar por ejemplo la aceptación (que no es igual a resignarse), y la adherencia al tratamiento, para dotarte de herramientas que te ayuden a sobrellevar estos cambios. Y por otro lado, se pueden trabajar las posibles consecuencias psicológicas derivadas de tener esa patología (como por ejemplo tristeza o ansiedad), para empoderarte y ayudarte a convivir con ella sin que también acabe con tu salud mental.

Contacta sin compromiso

Si quieres solicitar información sin ningún compromiso puedes dejar tu nombre y tu teléfono y te llamaré para aclarar todas tus dudas a la mayor brevedad posible. O si lo prefieres puedes ponerte en contacto tú conmigo a través de diferentes vías pulsando el botón de abajo.

¿Qué consecuencias psicológicas tiene una enfermedad crónica?

Fibromialgia, dolor crónico, enfermedades reumáticas, patologías digestivas, enfermedades autoinmunes, migrañas… Son muchas las enfermedades que afectan de forma crónica a gran cantidad de personas actualmente. Y es que una enfermedad no tiene por qué poner en riesgo tu vida de manera inminente para tener que darle importancia. Bastante tiene la persona con tener que lidiar con una enfermedad que no tiene cura o incluso que sabe que va a ir más con el tiempo, y tener que soportar los diferentes síntomas o el dolor, sabiendo que esta le va a acompañar el resto de tu vida. El sufrimiento de una persona no debería juzgarse nunca, incluso en el caso de que la enfermedad sea benigna, pues la sintomatología o las limitaciones que confluyen con la enfermedad tienen grandes consecuencias para la vida de la persona, y por supuesto para su salud mental.

Convivir con una enfermedad crónica o degenerativa no es nada fácil. Porque cada vez que te levantas por la mañana la enfermedad sigue ahí, no es algo de lo que puedas deshacerte y olvidarte un rato para volver a tener la vida que tenías antes. Tener que cambiar hábitos, renunciar a nuestros gustos o lidiar con el dolor y otros síntomas propios de la enfermedad no solo afecta al bienestar físico. Somos humanos, y es normal que todo esto también repercuta a nivel psicológico, y no, no tienes por qué llevarlo super bien y con una sonrisa, y menos todo el tiempo. Sentirnos deprimidos, ansiosos, frustrados o incomprendidos, así como perder la motivación y la ilusión por nuestra vida o el futuro, son algunas de las consecuencias psicológicas más comunes.

Por otro lado, algo muy importante también a destacar es cómo suele verse afectada la faceta social o laboral, por, por ejemplo, tener que renunciar a planes con amigos por un brote de la enfermedad o por sus síntomas, o no poder tener el mismo ritmo de vida o la actividad física que antes teníamos. Si eres joven y sientes que el ritmo que puedes llevar o tus hábitos no corresponden a tu edad, o solías llevar una vida activa y casi repentinamente has tenido que ir renunciando a ella, es probable que te cueste mucho más trabajo aceptar o convivir con la enfermedad y que esta provoque en ti sentimientos como la frustración, la vergüenza o la tristeza.

Además, es muy común también que nos sintamos incomprendidas por el entorno. Sentir que los demás no entienden exactamente cómo nos sentimos o que nos juzgan y ponen en entredicho la gravedad de nuestras patologías o de sus síntomas puede ser a veces casi peor que lidiar con la enfermedad en sí. Además, si por parte de otras personas no hay voluntad para adaptar planes o comidas, por ejemplo, o no nos sentimos apoyadas por ellas, esto puede hacer que acabemos aislándonos y encerrándonos en nosotros/as mismos/as.

Por otro lado, también se nos pueden hacer muy cuesta arriba adherirnos al tratamiento, es decir, esos cambios de hábitos, necesarios para controlar o mejorar nuestra enfermedad, pero que pueden ser realmente desagradables e ir en contra de lo que nos gusta hacer. Esto puede provocar que, por ejemplo, acabemos saltándonos una dieta por estar ya hartos, con desastrosas consecuencias para nuestra salud.

¿En qué me puede ayudar la terapia psicológica?

Puede que a veces te sientas desbordada y necesites ayuda, y eso no quiere decir que no lo lleves lo mejor que puedes ni que seas débil. Somos personas, y todas en algún momento necesitamos que nos echen una mano. La terapia psicológica puede ayudarte desde varios frentes. Además de validar tu sufrimiento y aprender a hacerte oír por los demás, podemos trabajar por ejemplo la aceptación (que no es igual a resignarse), y la adherencia al tratamiento, para dotarte de herramientas que te ayuden a sobrellevar estos cambios. Y por otro lado, se pueden trabajar las posibles consecuencias psicológicas derivadas de tener esa patología (como por ejemplo tristeza o ansiedad), para empoderarte y ayudarte a convivir con ella sin que también acabe con tu salud mental.

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¿Qué consecuencias psicológicas tiene una enfermedad crónica?

Fibromialgia, dolor crónico, enfermedades reumáticas, patologías digestivas, enfermedades autoinmunes, migrañas… Son muchas las enfermedades que afectan de forma crónica a gran cantidad de personas actualmente. Y es que una enfermedad no tiene por qué poner en riesgo tu vida de manera inminente para tener que darle importancia. Bastante tiene la persona con tener que lidiar con una enfermedad que no tiene cura o incluso que sabe que va a ir más con el tiempo, y tener que soportar los diferentes síntomas o el dolor, sabiendo que esta le va a acompañar el resto de tu vida. El sufrimiento de una persona no debería juzgarse nunca, incluso en el caso de que la enfermedad sea benigna, pues la sintomatología o las limitaciones que confluyen con la enfermedad tienen grandes consecuencias para la vida de la persona, y por supuesto para su salud mental.

Convivir con una enfermedad crónica o degenerativa no es nada fácil. Porque cada vez que te levantas por la mañana la enfermedad sigue ahí, no es algo de lo que puedas deshacerte y olvidarte un rato para volver a tener la vida que tenías antes. Tener que cambiar hábitos, renunciar a nuestros gustos o lidiar con el dolor y otros síntomas propios de la enfermedad no solo afecta al bienestar físico. Somos humanos, y es normal que todo esto también repercuta a nivel psicológico, y no, no tienes por qué llevarlo super bien y con una sonrisa, y menos todo el tiempo. Sentirnos deprimidos, ansiosos, frustrados o incomprendidos, así como perder la motivación y la ilusión por nuestra vida o el futuro, son algunas de las consecuencias psicológicas más comunes.

Por otro lado, algo muy importante también a destacar es cómo suele verse afectada la faceta social o laboral, por, por ejemplo, tener que renunciar a planes con amigos por un brote de la enfermedad o por sus síntomas, o no poder tener el mismo ritmo de vida o la actividad física que antes teníamos. Si eres joven y sientes que el ritmo que puedes llevar o tus hábitos no corresponden a tu edad, o solías llevar una vida activa y casi repentinamente has tenido que ir renunciando a ella, es probable que te cueste mucho más trabajo aceptar o convivir con la enfermedad y que esta provoque en ti sentimientos como la frustración, la vergüenza o la tristeza.

Además, es muy común también que nos sintamos incomprendidas por el entorno. Sentir que los demás no entienden exactamente cómo nos sentimos o que nos juzgan y ponen en entredicho la gravedad de nuestras patologías o de sus síntomas puede ser a veces casi peor que lidiar con la enfermedad en sí. Además, si por parte de otras personas no hay voluntad para adaptar planes o comidas, por ejemplo, o no nos sentimos apoyadas por ellas, esto puede hacer que acabemos aislándonos y encerrándonos en nosotros/as mismos/as.

Por otro lado, también se nos pueden hacer muy cuesta arriba adherirnos al tratamiento, es decir, esos cambios de hábitos, necesarios para controlar o mejorar nuestra enfermedad, pero que pueden ser realmente desagradables e ir en contra de lo que nos gusta hacer. Esto puede provocar que, por ejemplo, acabemos saltándonos una dieta por estar ya hartos, con desastrosas consecuencias para nuestra salud.

Ir al supermercado y que mires donde mires no encuentres casi ningún producto que puedas consumir, quedar para comer y tener que estar dando explicaciones al camarero o no encontrar nada en la carta que puedas tomar, comer algo y no saber cómo te va a sentar, no saber cómo te vas a levantar al día siguiente o como estarás la semana que viene… Son muchas las situaciones que te pueden hacer sentir mal o diferente y afectarte en tu día a día a la hora de llevar una vida normal. Y si solo fuera eso, pero los dolores y resto de síntomas, tanto digestivos como extradigestivos derivados de estas patologías también deberían tomarse con la importancia que merecen. Porque normalizar el dolor, o peor, restarle importancia, no es justo para quien está sufriendo. Validar su dolor y comprender a una persona que está pasando por esto sería el primer paso para ayudarla.

Patologías digestivas (sibo, intolerancias, enfermedad de Crohn, SII...).

Desde que nos levantamos la comida está presente en nuestras vidas, y es que una buena alimentación resulta imprescindible para sobrevivir. Es por esto que quienes viven con restricciones en su dieta o la alimentación se relaciona con síntomas desagradables, tienen un recordatorio constante de su enfermedad. 

Pero la comida ha adquirido para las personas un significado que va mucho más allá de alimentarnos para sobrevivir, y es que además de ser algo con lo que disfrutamos, parece ser el centro de nuestras relaciones sociales. De hecho, en nuestra sociedad todo parece girar en torno a la comida. Quedamos con nuestras amistades o nuestra familia para comer, celebramos las cosas comiendo, cuando salimos el plan suele ser comer, cada fiesta tiene sus productos típicos… Es por esto que tener una o más patologías que afectan a nuestra dieta y al modo en que comemos no solo nos afectará a nivel dietético y a nuestra salud física, sino que tendrá también importantes consecuencias en nuestra salud mental y en nuestras relaciones sociales, y son estas cosas las que por desgracia suelen olvidarse en las consultas de medicina.

Ir al supermercado y que mires donde mires no encuentres casi ningún producto que puedas consumir, quedar para comer y tener que estar dando explicaciones al camarero o no encontrar nada en la carta que puedas tomar, comer algo y no saber cómo te va a sentar, no saber cómo te vas a levantar al día siguiente o como estarás la semana que viene… Son muchas las situaciones que te pueden hacer sentir mal o diferente y afectarte en tu día a día a la hora de llevar una vida normal. Y si solo fuera eso, pero los dolores y resto de síntomas, tanto digestivos como extradigestivos derivados de estas patologías también deberían tomarse con la importancia que merecen. Porque normalizar el dolor, o peor, restarle importancia, no es justo para quien está sufriendo. Validar su dolor y comprender a una persona que está pasando por esto sería el primer paso para ayudarla.


Patologías digestivas (sibo, intolerancias, enfermedad de Crohn, SII...).

Desde que nos levantamos la comida está presente en nuestras vidas, y es que una buena alimentación resulta imprescindible para sobrevivir. Es por esto que quienes viven con restricciones en su dieta o la alimentación se relaciona con síntomas desagradables, tienen un recordatorio constante de su enfermedad. 

Pero la comida ha adquirido para las personas un significado que va mucho más allá de alimentarnos para sobrevivir, y es que además de ser algo con lo que disfrutamos, parece ser el centro de nuestras relaciones sociales. De hecho, en nuestra sociedad todo parece girar en torno a la comida. Quedamos con nuestras amistades o nuestra familia para comer, celebramos las cosas comiendo, cuando salimos el plan suele ser comer, cada fiesta tiene sus productos típicos… Es por esto que tener una o más patologías que afectan a nuestra dieta y al modo en que comemos no solo nos afectará a nivel dietético y a nuestra salud física, sino que tendrá también importantes consecuencias en nuestra salud mental y en nuestras relaciones sociales, y son estas cosas las que por desgracia suelen olvidarse en las consultas de medicina.