Por Isabel Salguero Arnaiz

Se habla mucho sobre la ansiedad en los últimos años, y no sin motivo, pues es uno de los problemas psicológicos que más sufren las personas hoy en día. De hecho, si estás leyendo esto, seguramente sea porque has tenido o estás teniendo actualmente ansiedad. Y es que, ¿quién no se ha sentido ansioso/a alguna vez? Realmente este término nos es familiar a todo el mundo. Sin embargo, pese a hablar mucho de ella, a veces nos cuesta definirla o saber realmente qué es, y, sobre todo, por qué aparece.
¿Qué es la ansiedad?
La ansiedad es un estado emocional caracterizado por una alta activación. Podría definirse como el estado de alerta en el que nos encontramos cuando percibimos que puede ocurrir un suceso negativo en un futuro próximo.
Es por tanto una emoción, muy parecida al miedo, pero con algunas características bien diferenciadas. El miedo aparece con el objetivo de protegernos ante una amenaza presente o inminente. Sin embargo, la ansiedad es una especie de miedo anticipatorio, en el que prevemos la posible ocurrencia de sucesos negativos, independientemente de que estos sean más o menos probables y realistas de suceder en el futuro.
La ansiedad se siente de distintas formas, y cada persona la vive de manera diferente, pero principalmente suele manifestarse a varios niveles; físico, cognitivo y emocional.
A nivel físico, son síntomas muy comunes un ritmo cardíaco acelerado, sensación de ahogo, tensión muscular o mayor sudoración. A nivel cognitivo lo más común es la aparición de pensamientos negativos y de preocupación. Y a nivel emocional, es habitual sentirse alerta, en tensión y con una sensación de angustia o de que algo malo va a pasar.
Pero, ¿por qué me siento así cuando estoy ansioso/a? Hemos hablado de que la ansiedad es muy parecida al miedo, y efectivamente se activan en nuestro cuerpo respuestas muy similares, cuyo único objetivo es preparar nuestro organismo parar huir del peligro. El problema es que ponernos en tensión o que se nos acelere el corazón, sería útil en caso de que nos persiguiera un asesino y necesitáramos salir corriendo cuanto antes. Pero por desgracia, el miedo ante la idea de poder suspender un examen, y las respuestas fisiológicas que se activan en consecuencia, no nos resultarán nada útiles en este caso, pues no tendría sentido que saliéramos corriendo de clase para afrontar dicha situación.
Pero, ¿por qué aparece la ansiedad?
Es completamente normal sentir miedo a lo que pueda suceder, y más en una realidad en la que hay tantas cosas que pueden pasar que no dependen de nosotros/as, como que nos diagnostiquen una enfermedad o que nos echen del trabajo. Y es que la ansiedad está muy ligada a la intolerancia a la incertidumbre, es decir, al nivel de tolerancia que cada persona tiene a no saber qué va a suceder, y a la capacidad que percibimos que tenemos para afrontar aquellos sucesos que vengan. Todo el mundo se siente ansioso/a alguna vez porque es algo adaptativo, nos ayuda a prepararnos ante lo que pueda pasar, y, por ende, a sobrevivir.
La ansiedad no es mala en sí, de hecho, tiene una función, que es exactamente la misma que la del miedo, protegernos. Pues la mente piensa que si anticipa posibles peligros o problemas será capaz de evitarlos o solucionarlos.
Nuestro cerebro ha ido desarrollando a lo largo de la evolución no solo la capacidad para resolver problemas presentes, sino también para preverlos y así intentar hacer frente a posibles dificultades. Y para ello, nuestra mente está constantemente adelantándose a posibles problemas o amenazas. Anticipando sucesos negativos, por ejemplo, puede empezar a trabajar para pensar cómo haríamos frente a esa dificultad, y así quedarnos más tranquilos, al percibir una mayor sensación de control sobre nuestra vida y sentirnos más preparados/as para lo que pueda pasar.
Nos encanta tener el control.
Y es que muchas veces es una cuestión de intentar tenerlo todo bajo nuestro control. Nos da miedo pensar que hay cosas que no están en nuestras manos, y en concreto las cosas malas que nos pueden suceder. Por lo que intentando solucionar un problema de forma anticipada, me estoy adelantando, y eso me dará esa sensación de control que tanto nos gusta.
Veamos un ejemplo práctico. Si están echando a gente de mi trabajo, lo más normal es que comience a sentir ansiedad ante la idea de que me pueda pasar lo mismo. Seguramente, me vengan pensamientos recurrentes a la cabeza relacionados con esto, en mi cuerpo empiece a sentir determinadas sensaciones como respiración o tasa cardíaca aceleradas, y emocionalmente tenga una sensación desagradable de incertidumbre o de que algo malo va a suceder.
Y hasta aquí todo muy lógico, pensando en que me pueden despedir siento miedo y angustia. ¿Pero qué utilidad puede tener todo esto? Aparte de ser una respuesta emocional normal, como ya hemos visto, esta reacción también hará que mi mente empiece a trabajar. Y es que seguramente comience a generar soluciones a esa posible realidad futura, pensando por ejemplo en qué empresas puedo empezar a echar el curriculum.
¿Cuándo se convierte este mecanismo en un problema?
Como hemos visto hasta ahora, lo que realmente quiere la ansiedad de ti no es otra cosa que protegerte y ayudarte a sobrevivir. El problema es que este mecanismo puede jugarte una mala pasada si por ejemplo te enganchas a esos pensamientos de preocupación en forma de bucle sin llegar nunca a una conclusión. Y es que suele ser el componente cognitivo de la ansiedad el que la cronifica y empeora.
Asimismo, pensar en cómo solucionaríamos una situación hipotética puede resultar agotador, además de no ser nada práctico en aquellas cosas que no tienen solución. Por ejemplo, si anticipamos que nuestra hija puede sufrir un accidente, esta idea nos va a provocar mucha angustia, pero no nos será nada útil, pues es una situación que no sabemos siquiera si alguna vez sucederá, y encima no habría forma de poder remediarlo.
Por otro lado, si empiezo a pensar sin parar en posibles problemas y amenazas, y encima me los creo como si fueran a suceder sin lugar a dudas, y estuvieran aquí mismo, eso me provocará también mucho malestar.
Y es que son este tipo de situaciones las que producen una ansiedad desadaptativa, pudiendo desembocar en graves consecuencias en nuestro bienestar psicológico.
Pero, ¿cómo se cuándo debería pedir ayuda? Si la ansiedad que sientes es excesiva o desproporcionada para la situación, tiendes a engancharte a esos pensamientos negativos de preocupación y a darles vueltas una y otra vez, y te produce un sufrimiento e interferencia significativos en tu día a día sería muy recomendable pedir ayuda a un profesional.